LA ADORACIÓN Y LA DIMENSIÓN DEL ESPÍRITU 2° Parte.
TESTIMONIO de lo recibido de Dios en el derramamiento del Espíritu Santo en Argentina a partir del año 1967.
Cantar la Palabra.
En esta nueva dimensión del Espíritu surgió una nueva himnología. Comenzamos a cantar la
palabra. Cantar las gloriosas verdades de la palabra de Dios.
Salmo 23.
Jehová es mi pastor nada pues me faltará…
Jehová es mi pastor nada pues me faltará…
Isaías 44.6
Así dice Jehová.
Así dice tu Redentor:
Yo soy el primero,
Yo soy el postrero,
Y fuera de mí no hay Dios.
Así dice Jehová.
Así dice tu Redentor:
Yo soy el primero,
Yo soy el postrero,
Y fuera de mí no hay Dios.
Efesios 1.3-14
Bendito sea el Padre, de nuestro Salvador,
Que nos ha bendecido con toda bendición.
Bendito sea el Padre, de nuestro Salvador,
Que nos ha bendecido con toda bendición.
¿Qué es lo que acciona el espíritu? La fe. La fe en la palabra.
Cuando yo creo la palabra con todo el corazón, y la canto, es entonces que entró en la
dimensión del espíritu. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa
para salvación.
¿Creo que Jehová es mi pastor, y que nada me faltará?
¿Creemos que el Padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual?
Si lo canto sin creer, no pasa nada. Pero si lo canto creyendo cada palabra, me fortalezco, soy renovado en el espíritu de mi mente, soy transformado.
Y llega un momento que ni las palabras nos alcanzan. Desbordamos, nos brotan nuevas
lenguas, queremos danzar, queremos volar… casi somos transfigurados.
Y en este ambiente de fe, de presencia de Dios, vienen las profecías, se manifiestan los dones, ocurren milagros, visiones, revelaciones. Sabemos que adoramos a un Dios vivo, real,
cercano, presente. Que habla, que sana, que liberta, que salva, y que hace maravillas.
Cuando yo creo la palabra con todo el corazón, y la canto, es entonces que entró en la
dimensión del espíritu. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa
para salvación.
¿Creo que Jehová es mi pastor, y que nada me faltará?
¿Creemos que el Padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual?
Si lo canto sin creer, no pasa nada. Pero si lo canto creyendo cada palabra, me fortalezco, soy renovado en el espíritu de mi mente, soy transformado.
Y llega un momento que ni las palabras nos alcanzan. Desbordamos, nos brotan nuevas
lenguas, queremos danzar, queremos volar… casi somos transfigurados.
Y en este ambiente de fe, de presencia de Dios, vienen las profecías, se manifiestan los dones, ocurren milagros, visiones, revelaciones. Sabemos que adoramos a un Dios vivo, real,
cercano, presente. Que habla, que sana, que liberta, que salva, y que hace maravillas.
Adoración.
Antes sabíamos cantar, orar, predicar, enseñar. Pero no sabíamos lo que era adorar. Yo
pensaba que adorar era cantar algún himno que incluyera la frase “Te adoramos…” No tenía
idea. Dios es espíritu, y los que le adoran es necesario que lo hagan en espíritu y en verdad.
Solo se puede adorar en la dimensión del Espíritu. Adorar es postrarse delante de alguien
que está presente, es postrarnos ante la majestad de Dios. Adorar es encontrarse con Dios y
rendirle máxima reverencia, gloria, honra, amor; es entregarnos por completo; es darle todo
a él. Es reconocer que todo es suyo, y entregárselo de corazón. Es reconocer su grandeza y
humillarnos ante Él reconociendo nuestra pequeñez. Adorar es besar el suelo, el polvo,
reconociendo que somos polvo, nada, y que todo viene de él.
Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder.
Tuya también la gloria, victoria y el honor.
Tuyos los dominios, oh Jehová,
Y tú eres excelso sobre todo. (1 Crónicas 29.11)
La antesala de la adoración es la contemplación, y la contemplación nos lleva a la
admiración, nos quedamos embelezados por él, maravillados por su majestad, su poder, su
reino, su fidelidad, su firmeza. Somos conmovidos por su amor, su misericordia, su gracia, su
fidelidad, su hermosura. Vienen las lágrimas, el gozo. Experimentamos lo inexplicable, lo
inefable, en la adoración entramos en la esfera de la eternidad.
Cristo, Cristo, Cristo,
Nombre sin igual para mí que encanta el corazón.
Cristo, Cristo, Cristo,
A tu amor me rindo en sincera adoración.
- - -
Cristo, Cristo, Cristo es tu nombre sin igual.
Amo, Maestro, Cristo; cual fragancia tras la lluvia.
Cristo, Cristo, Cristo; te proclame todo ser.
/Reyes y reinos pronto pasarán,
Mas tú permanecerás. /
El Espíritu es creativo, siempre es nuevo, crea nuevas canciones, nuevas expresiones. Pero
hay veces que para expresar lo que sentimos usamos una sola palabra: ¡Aleluya! Y la
repetimos no se cuántas veces. Es que no es simplemente una palabra, con los ojos de la fe
estamos viendo a Dios en su trono, en su majestad, en su gloria, y le decimos: ¡Aleluya!
¡Aleluya! ¡Aleluya! Cada nuevo ʹAleluyaʹ, no es una repetición, es un nuevo ¡Aleluya! Es como
el río. Es el mismo río, pero las aguas que corren no son las mismas, son siempre nuevas.
El que no conoce la dimensión del Espíritu, no entiende esto, piensa: Qué aburrido… Repiten
y repiten la misma palabra. Pero al que está viendo a Dios, no le resulta nada aburrido, más
bien quiere que ese momento no se acabe nunca. El Espíritu nos conecta con la dimensión
celestial, con el trono de Dios, con la multitud de ángeles que le alaban en la dimensión
eterna.
La esencia que no podemos perder.
Luego vinieron nuevos coros y también nuevos instrumentos. Al acordeón le agregamos una
guitarra; después el órgano electrónico, la trompeta... Más adelante, con el avance de la
tecnología vinieron los teclados, sintetizadores, baterías, guitarras eléctricas, bajos, etc. Todo
está bien. El Salmo 150 cobró vida, "alabadle con cuerdas y flautas, alabadle con címbalos
resonantes…"
Pero hay un peligro sutil: quedarse con las nuevas formas, el nuevo estilo, la nueva
himnología, y perder la esencia.
¿Cuál es la esencia? La presencia de Dios; el Espíritu; el encuentro con Dios.
Si está la esencia, y queremos agregarle 120 instrumentos y armar una orquesta sinfónica,
podemos. Sería maravilloso. A mí me encanta. El peligro es que una buena orquesta o una
banda con 5, 10 ó 15 buenos músicos y buenas voces, suena muy bien, y casi pareciera que no necesitamos al Espíritu Santo. Es muy fácil quedarse con la forma y perder la esencia.
Hoy la mayoría de las Iglesias Evangélicas de América Latina y del mundo ha renovado sus
instrumentos y su himnología. Hoy hay más profesionalidad, canciones muy lindas y
modernas, ejecutantes y cantantes excelentes en muchos casos, pero ¿Dónde está el Espíritu; el mover del Espíritu Santo en la reunión? ¿Qué lugar le damos al Espíritu para hacer y decir lo que Dios quiere a su pueblo?
Eso es lo que no podemos perder, lo que no podemos dejar. Eso es lo que Dios ha
restaurado, su presencia en medio de su pueblo, la gloria de Dios llenando su casa.
En el lugar santísimo.
Qué maravilloso es saber que el velo ha sido roto; que tenemos libertad para entrar al lugar
santísimo, a la misma presencia de Dios.
Uno de los primeros coros que cantábamos en la casa de Alberto Darling fue:
restaurado, su presencia en medio de su pueblo, la gloria de Dios llenando su casa.
En el lugar santísimo.
Qué maravilloso es saber que el velo ha sido roto; que tenemos libertad para entrar al lugar
santísimo, a la misma presencia de Dios.
Uno de los primeros coros que cantábamos en la casa de Alberto Darling fue:
Aleluya, aleluya,
Tras el velo penetré y su gloria allí hallé.
Aleluya, aleluya,
Hoy yo vivo en la presencia de mi Rey.
Tras el velo penetré y su gloria allí hallé.
Aleluya, aleluya,
Hoy yo vivo en la presencia de mi Rey.
Antes el sacerdote solo podía entrar hasta el lugar santo. Pero cuando Cristo murió el velo se
rompió. En el A.T. el santuario era algo visible, algo material; ya sea el tabernáculo o el templo. La gente lo podía ver con los ojos físicos. Todo lo cual era una mera figura del santuario invisible: el santuario celestial, de la verdadera presencia de Dios.
Hebreos 12 dice: "Ustedes no se han acercado al monte que se podía palpar, al fuego, al
sonido de la trompeta… ustedes se han acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial…"
Es decir, no se han acercado a la dimensión material, sino a la dimensión espiritual…
Todo eso que en A.T. se podía ver, palpar, oler, percibir por medio de los cinco sentidos era
solo una maqueta del verdadero santuario.
En cambio ahora tenemos acceso a ese santuario que está en la dimensión del espíritu. Ahora por la fe vemos al Invisible; contemplamos al Rey de los siglos; entramos al santuario
celestial en plena certidumbre de fe; y vemos a Aquel que está sentado en el trono, y al
Cordero. Nos unimos al coro celestial y con ellos adoramos cantando:
sonido de la trompeta… ustedes se han acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial…"
Es decir, no se han acercado a la dimensión material, sino a la dimensión espiritual…
Todo eso que en A.T. se podía ver, palpar, oler, percibir por medio de los cinco sentidos era
solo una maqueta del verdadero santuario.
En cambio ahora tenemos acceso a ese santuario que está en la dimensión del espíritu. Ahora por la fe vemos al Invisible; contemplamos al Rey de los siglos; entramos al santuario
celestial en plena certidumbre de fe; y vemos a Aquel que está sentado en el trono, y al
Cordero. Nos unimos al coro celestial y con ellos adoramos cantando:
Al que está sentado en el trono,
Y al Cordero, sea la alabanza,
Y la honra, y la gloria y el poder,
Por los siglos de los siglos. Amén.
La letra de esta alabanza esta tomada literalmente de Apocalipsis 5.13. La música la compuse yo; pero en realidad yo no la compuse, yo la escuché en mi espíritu mientras adoraba a Dios en la sala de mi casa con la Biblia abierta en este capítulo, estaba leyendo y adorando, cuando escuché esta melodía cantada con las palabras del versículo 13. Tomé la guitarra y comencé a cantarla yo también.
Y al Cordero, sea la alabanza,
Y la honra, y la gloria y el poder,
Por los siglos de los siglos. Amén.
La letra de esta alabanza esta tomada literalmente de Apocalipsis 5.13. La música la compuse yo; pero en realidad yo no la compuse, yo la escuché en mi espíritu mientras adoraba a Dios en la sala de mi casa con la Biblia abierta en este capítulo, estaba leyendo y adorando, cuando escuché esta melodía cantada con las palabras del versículo 13. Tomé la guitarra y comencé a cantarla yo también.
Espíritu de sabiduría y de revelación.
Pablo escribiendo a los efesios dice: Les escribo esta carta, pero mientras lo hago, ruego a
Dios, "el Padre de gloria, que les de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento
de él, alumbrando los ojos de vuestro corazón para que sepan cuál es la esperanza a la que
él los ha llamado…" (Efesios 1.17-18). Era importante escribirles la carta, pero no era
suficiente; por eso oraba pidiendo que ocurriera en ellos esta obra sobrenatural que se llama
ʹrevelaciónʹ.
Cuando en el espíritu entendemos a Dios, lo conocemos, comprendemos su voluntad, se abre en nuestras vidas y en la vida de la iglesia una nueva dimensión de las abundantes riquezas de gloria y del poder sobrenatural que tenemos en Cristo Jesús.
Así la palabra se torna viva; y por la revelación vemos lo que Dios ve; oímos lo que Dios dice;
experimentamos los que Dios nos ha dado; y somos transformados a su imagen y semejanza.
La iglesia de occidente había quedado atrapada, limitada a la dimensión de la mente, del
conocimiento intelectual, pero este mover del Espíritu vino para introducirnos a esta esfera
del conocimiento espiritual, que no es nada extra bíblico, sino por medio de la Palabra
registrada en la S.E. No queremos nada fuera de la Palabra, menos contra la Palabra, pero la
Palabra con el Espíritu se hace luz, cobra vida; y nuevamente el Verbo (la Palabra) se hace
carne, esta vez en nosotros.
experimentamos los que Dios nos ha dado; y somos transformados a su imagen y semejanza.
La iglesia de occidente había quedado atrapada, limitada a la dimensión de la mente, del
conocimiento intelectual, pero este mover del Espíritu vino para introducirnos a esta esfera
del conocimiento espiritual, que no es nada extra bíblico, sino por medio de la Palabra
registrada en la S.E. No queremos nada fuera de la Palabra, menos contra la Palabra, pero la
Palabra con el Espíritu se hace luz, cobra vida; y nuevamente el Verbo (la Palabra) se hace
carne, esta vez en nosotros.
Conclusión.
El primer punto de la visión es este: ʹla dimensión del Espírituʹ. Todo lo demás va a
funcionar, si funcionamos en esta dimensión.
Yo soy del siglo pasado, disculpen los más jóvenes que he usado himnos y canciones de hace varias décadas, es que son los que domino y conozco. Para nada estoy pretendiendo que volvamos a las canciones de hace 30, 40 ó 50 años, -aunque el buen maestro saca de su tesoro cosas viejas y cosas nuevas-. Lo importante es que no perdamos la esencia; y si la
perdimos, procuremos recuperarla. Que volvamos a la sencillez, al primer amor, al Espíritu,
a la presencia de Dios.
La esencia siempre se expresará en formas concretas y exteriores; pero quedarnos con las
formas, aunque sean más lindas y agradables, sin la esencia, es solo apariencia. Y todo lo
religioso y litúrgico suele correr ese riesgo.
Prioricemos al Espíritu Santo en todo.
Hazme volver al río de Dios,
Hazme beber, de tu río, Señor,
Hazme vivir por tu río, Señor,
Hazme volver, hazme beber, hazme vivir.
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