LA ADORACIÓN Y LA DIMENSIÓN DEL ESPÍRITU. 1° Parte.

 


Jorge Himitian

Cuando en la década de los sesenta Dios nos visitó con su Espíritu Santo, después de la novedad del bautismo del Espíritu, el hablar en lenguas, las profecías, los dones del Espíritu, lo primero que el Señor instaló entre nosotros fue la adoración. Lo cual era algo nuevo aun para las iglesias pentecostales. Por esa razón este será el primer tema que nos hemos propuesto abordar en esta serie de reuniones mensuales para pastores y esposas.

Mi presentación no será un estudio bíblico sobre el tema, sino un testimonio de lo que Dios hizo en nuestra generación. Mi objetivo es compartirles con mucha sencillez lo que recibimos de Dios, a fin de que las nuevas generaciones reciban de primera mano y no pierdan la esencia de la que vino de parte de Dios.

Introducción.

Proverbios 29.18 dice: "Sin profecía el pueblo se desenfrena".

O como dice la NVI: "Donde no hay visión, el pueblo se extravía".

Por eso desde tiempos antiguos Dios se comunicó con su pueblo. Hebreos 1.1 y 2 dice:

"Dios habiendo hablado muchas veces y de mucha maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo… "

El Hijo es la revelación plena de Dios. Darse a conocer a sí mismo como el Mesías, el Hijo del Dios viviente, fue lo más importante que Jesús reveló a sus discípulos (Mateo 16.16). Y esto conlleva la maravillosa revelación de Dios como Padre. El Unigénito del Padre vino a fin de que su Papá llegue a ser nuestro Papá.

Además, mediante su ejemplo y sus enseñanzas les comunicó la doctrina (didaké) del Padre, la voluntad del Padre para todos los hombres.

Después de estar tres años con sus discípulos, en sus últimos días les dijo:

"Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes". (Juan 16.12-14 – BPD)

Y así sucedió. Cuando vino el Espíritu Santo los apóstoles recibieron la visión completa del Hijo de Dios, y del propósito eterno de Dios. El Espíritu comenzó a revelarles el misterio de Cristo y de la iglesia. En Efesios 3.5, Pablo escribe: "Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: "

Por eso cada vez que acontece un avivamiento, una irrupción del Espíritu en la historia, el Espíritu generalmente trae revelación. 

No una nueva revelación que no haya sido dada a los apóstoles y profetas del primer siglo, sino que Dios derrama espíritu de sabiduría y revelación para que comprendamos lo que ya había sido revelado por Cristo y por el Espíritu Santo a los profetas y apóstoles del primer siglo; revelación que, gracias a Dios, la tenemos registrada en las Sagradas Escrituras, principalmente en el Nuevo Testamento.

Los dos grandes derramamientos del Espíritu en el siglo XX.

El primero ocurrió a comienzos del siglo pasado, lo que dio lugar al surgimiento del movimiento pentecostal, que llegó a ser el movimiento religioso de más rápido crecimiento en la historia contemporánea. Luego, en la década de los 60, hubo un nuevo derramamiento del Espíritu en muchos lugares del mundo, con características un poco diferentes al anterior. Fue conocido como movimiento carismático o de renovación. Esta vez abarcó a casi todas las denominaciones tradicionales evangélicas, y aun a los católicos.

Ese segundo derramamiento también ocurrió entre nosotros en Argentina. Algunos de los que estamos hoy aquí, por la gracia de Dios, somos de los primeros que fueron alcanzados por esa ola del Espíritu. 

El cuadro de las iglesias evangélicas en la década del 60’ Isaías 44.3, describe muy bien lo que sucedió en nuestra generación.

"Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación y mi bendición sobre tus renuevos".

En aquellos años en Argentina los evangélicos éramos aproximadamente el 1% de la población. Las iglesias, que se habían establecido gracias a la bendecida y fecunda labor de los misioneros, al desaparecer la mayoría de esos pioneros, estaban pasando un tiempo de sequedad y aridez espiritual. En general se había entrado en una cierta rutina, siempre se oraba de la misma forma, se cantaban de la misma forma, se predicaba de la misma forma, prácticamente se sabía como iba a ser cada reunión. 

Sin embargo, en un considerable número de hermanos había sed espiritual. Aunque hubo algunos brotes por aquí y por allí, en general se sentía la necesidad de un avivamiento. Por eso pegó muy fuerte ese coro que decía:

Hazme volver al río de Dios.

Hazme beber de tu río, Señor.

Hazme vivir por el río de Dios.

Hazme volver, hazme beber, hazme vivir.

En 1964, yo tenía 23 años de edad, y estaba muy activo en la obra, pero tenía una gran sed espiritual, buscaba casi desesperadamente ser lleno del Espíritu Santo. Mi búsqueda duró 18 largos meses. Y una noche, frustrado y queriendo dejar todo, orando con lágrimas en mi cuarto, Dios me habló. Me dijo -como quien le sopla un secreto a un amigo al oído- : “Es un don”. Yo había equivocado el camino, pues estaba buscando el premio del Espíritu Santo, que como resultado de mi auto-santificación llegaría el día en que Dios me premiaría con la llenura del Espíritu. 

¡Qué revelación fue cuando Dios me dijo: “Es un don”! Estaba de rodillas orando al borde de mi cama, y me invadió tanta paz que me quedé dormido. A la mañana siguiente al despertar, le dije: Señor, si es un don (un regalo), ahora mismo lo voy a recibir. Y allí en mi cuarto aquella fría mañana de Julio 1963, el Señor me llenó con suEspíritu Santo.

Y así, aquí y allá, de diferentes modos y circunstancias, otros hermanos y pastores iban siendo llenos del Espíritu. Keith Bentson y su esposa, Alberto Darling, Iván Baker, Augusto Ericsson, Jorge Pradas, y muchos otros. Al principio la mayoría eran de los hermanos libres; y luego se extendió a pastores y hermanos de todas las denominaciones. Y alabábamos a Dios en nuevas lenguas. A pesar de haber tenido la mayoría de nosotros una fuerte formación anti-pentecostal.

Yo solía leer la Biblia de corrido en mis devociones personales, y recuerdo que en esos días estaba leyendo los profetas menores. ¡Uf, los profetas menores… qué aburrido! Estaba deseando llegar cuanto antes al N.T. Pero cuando recibí la unción del Espíritu, ¡los profetas menores se transformaron para mí en el Nuevo Testamento! La palabra cobró vida. Dios me hablaba. ¡Cómo se transformó mi tiempo de oración! Allí comprendí que para orar no era necesario cerrar los ojos. Aprendí a orar con los ojos abiertos y con la Biblia abierta. 

Orar la palabra, proclamarla, alabar con la palabra. Y así comencé a recibir revelación sobre la palabra. Se encendían las luces. Todo era nuevo. Era tal el gozo que después de un par de semanas comencé a hablar en nuevas lenguas, sin saber que eso era hablar en lenguas. No lo supe por meses. Desde mi interior brotaban alabanzas a Dios que sobrepasaban mi entendimiento y toda expresión conocida. Era un río. La comunión con Dios se volvió algo apasionante.

Lo mismo les sucedía a otros pastores y hermanos; y cuando nos juntábamos compartíamos la revelación que cada uno iba recibiendo de parte de Dios. Se abrió así una nueva dimensión: La dimensión del Espíritu.

Continuará..

Comentarios

ESCRITOS RECOMENDADOS.

LA IGLESIA: ¿FAMILIA O CONGREGACIÓN?

CARACTERÍSTICAS DEL KERIGMA