FORMIDABLE REVOLUCIÓN.
En nuestro afán de evangelizar nos hemos esforzado en estudiar muchas formas y métodos, desde aquellos que se dirigen al individuo, como ser el “evangelismo personal”, hasta los que se emplean para las grandes campañas que abarcan ciudades enteras y aún naciones. Por cierto nos falta muy poco por descubrir en cuanto a métodos.
Algunos se sienten animados y dispuestos a seguir haciendo funcionar la “maquinaria
evangelística”; otros expresan con franqueza que están desalentados. Lo que desconcierta es la desproporción que existe entre el enorme esfuerzo realizado de hombres, tiempo y dinero y lo limitado del fruto que permanece. No sólo son motivo de preocupación las grandes campañas sino también los esfuerzos locales y aun la predicación desde el púlpito en las iglesias.
evangelística”; otros expresan con franqueza que están desalentados. Lo que desconcierta es la desproporción que existe entre el enorme esfuerzo realizado de hombres, tiempo y dinero y lo limitado del fruto que permanece. No sólo son motivo de preocupación las grandes campañas sino también los esfuerzos locales y aun la predicación desde el púlpito en las iglesias.
Queriendo salvar la dificultad, muchos de nosotros hemos echado mano al evangelismo personal como recurso más directo para comunicar el mensaje. No hay duda que el resultado ha sido más satisfactorio y que gran parte del fruto que permanece de los esfuerzos masivos ha dependido, sustancialmente, de la labor personal de los creyentes. Sin embargo aun en este campo no hemos hallado la ansiada cosecha.
Los datos estadísticos que podemos recabar no dejan asombrados, pues después de tanto esfuerzo, muestran no sólo la ínfima cantidad numérica de creyentes con relación a las poblaciones, sino también que esta desproporción lejos de absorberse, aumenta tomando en cuenta la rapidez del crecimiento demográfico. ¡Es imposible considerar con sinceridad estos factores sin alarmarse!
Algunos se consuelan con decir que “estrecha es la puerta… y pocos son los que la hallan”; pero, ¿será tan estrecha? ¿Serán tan pocos…?
Nos tranquiliza el recuerdo de esa primera comunidad en Jerusalén. ¿Qué había en esos cristianos que les dio tan abundantes frutos y de tan buena calidad? ¡En poco tiempo esos cristianos produjeron una gigantesca expansión que llenó todo el mundo conocido con el evangelio!
Nos tranquiliza el recuerdo de esa primera comunidad en Jerusalén. ¿Qué había en esos cristianos que les dio tan abundantes frutos y de tan buena calidad? ¡En poco tiempo esos cristianos produjeron una gigantesca expansión que llenó todo el mundo conocido con el evangelio!
Para muchos, todo esto resulta un suceso histórico, irrealizable en tiempo presente. Algunos opinan que el éxito se debió en gran parte a las condiciones político-sociales de la época. Otros opinan que era la voluntad de Dios el obrar así en aquellos tiempos –algo así como la inauguración de su programa de evangelización- pero que en estos tiempos, nos toca aceptar irremediablemente las condiciones tal como se dan. Estos no pueden encontrar la renovación y avivamiento de la iglesia en este tiempo y si lo encontraran, no los reconocerían como tales, por estar, según ellos, fuera de época: tales cosas no caben en sus definiciones teológicas para estos tiempos.
Otros piensan que sólo bajo un clima de persecución se pueden obtener esos resultados. Sin
embargo durante esta última década hemos visto padecer a la iglesia similar persecución en varios países, pero no se ha notado el mismo resultado. Las persecuciones den estos últimos tiempos han sido provocadas más bien por razones ideológicas y políticas; en cambio en el tiempo de los primeros cristianos, ¡fueron de la acción misma de la iglesia! Era una fuerza arrolladora que desafiaba la estabilidad de la religión hipócrita y aun proponía echar las bases de un nuevo orden social. Era una guerra directa entre Cristo y el diablo. ¡Los poderes de Satanás se movilizaron porque el Cristo resucitado y triunfante estaba presente en su pueblo con todo su poder!
Amontonamos excusas para justificar la frustración en que nos hallamos; pero como el avestruz buscamos dónde meter la cabeza y olvidarnos del asunto. Sería muy serio tener que enfrentar la responsabilidad y reconocer que estamos en grave falta, que hemos descuidado el mayor de todos los “negocios”; que hemos cometido el grave pecado de ser “siervos negligentes”. La iglesia sectarista se ha complicado a si misma con bellos y suaves discursos, ha pulido sus métodos y ha dignificado a sus predicadores: sus arcas están llenas y con satisfacción ostenta su gran organización y sus magníficos edificios. En medio de este mundano oropel se escucha “un rumor”.
Alguien pregunta: “Hijitos, ¿tenéis algo de comer?” ¿Qué contestaremos?
A la medianoche, las soñolientas vírgenes despertaron, dice el Señor. ¿Será ésta la hora de
despertar? ¿Tenemos nueva provisión de aceite para nuestras lámparas? ¿Hay recursos para despabilar las mechas? En medio de la noche ¿arderá nuevamente y con fuerza la luz del testimonio?
A la medianoche, las soñolientas vírgenes despertaron, dice el Señor. ¿Será ésta la hora de
despertar? ¿Tenemos nueva provisión de aceite para nuestras lámparas? ¿Hay recursos para despabilar las mechas? En medio de la noche ¿arderá nuevamente y con fuerza la luz del testimonio?
Si nos humillamos y confesamos, nuestro Amado oirá; si clamamos a él nos perdonará y “sanará la tierra”. Quizá esto sea lo que ya ha comenzado a suceder en todo el mundo. ¡Aleluya! Los ilimitados recursos de nuestro fiel Padre celestial aún están a disposición de los que él ama. Hay aceite fresco para las lámparas. Pero aun así, necesitamos aclarar ciertas cosas.
Resulta difícil considerar la predicación del evangelio sin traer a consideración el mandato que el Señor dio a sus discípulos en el monte de Galilea inmediatamente antes de su ascensión a los cielos. San Mateo, San Marcos, y San Lucas nos presentan distintos aspectos de esa plática, y es la conjunción de estos tres testimonios que se ha llamado “la gran comisión”. Marcos destaca el alcance universal del llamado y la atención que el Señor coloca sobre “toda criatura”, mientras describe las señales que seguirán a la predicación. Lucas, entre otras cosas, subraya el arrepentimiento y el perdón de los pecados.
La generalidad de los creyentes está más familiarizada con las palabras de Marcos: “id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura…”, pero es Mateo quien nos da la clave para este estudio. Dice: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat 28: 18-20)
La clave la encontramos en tres cortas palabras que expresan un mundo de verdad que la iglesia parece haber olvidado: “id…haced…discípulos…”. Al redescubrirlas, una multitud de pastores y líderes de todo el mundo está hallando una formidable revolución que les está devolviendo el sabor del evangelio de los primeros tiempos y aquella simple pero inmejorable y fructífera manera de predicarlo.
Primeramente, consideremos la palabra.
Primeramente, consideremos la palabra.
ID.
Esta es la manera en que hallamos la palabra traducida en la mayor parte de las versiones del Nuevo Testamento; aunque algunos traductores, entre otros Stephens* la traduce como “yendo” Stephens le otorga a la palabra mayor dinamismo, ya que da a entender que el hacer discípulos debe ser una tarea continua de los seguidores de Jesucristo. Es como si se nos dijera: “mientras ustedes atienden sus labores de cada día ¡Hagan discípulos!”. Esto armoniza con el concepto de evangelio ya que, fundamentalmente, para hacer discípulos necesitamos estar en contacto con los hombres, y ningún contacto será mejor que el que nos brinda el convivir diario con nuestros semejantes.
Pero, ya sea que usemos la palabra “id” o la palabra “yendo”, hay un punto esencial en que estas dos expresiones coinciden: ambas indican acción por parte de los enviados del Señor. Estos, movidos por su mandato, van en busca de los necesitados.
Esta actitud revoluciona completamente el concepto que generalmente se tiene; en lugar de querer atraer a las personas a nuestros lugares de reunión; ¡debemos dar un giro completo y aprender a “llevar la reunión a las personas”!
Esta actitud revoluciona completamente el concepto que generalmente se tiene; en lugar de querer atraer a las personas a nuestros lugares de reunión; ¡debemos dar un giro completo y aprender a “llevar la reunión a las personas”!
En realidad, si dejamos de querer mover a la gente y entendemos que somos nosotros los que debemos movernos, ¡habremos dado el primer paso hacia el verdadero evangelismo y obediencia al mandato del Señor! Es más, de esta manera también salvaremos gran cantidad de problemas. En lugar de afanarnos por lograr los medios, cada vez más complicados y costosos, con que atraer a la gente a nuestros cultos, nos resultará mucho más simple movernos a nosotros hacia ellos, ya que al fin somos los que podemos y debemos hacerlo.
¿Acaso pueden ellos venir a nosotros? ¿No somos nosotros los que hemos sido preparados para ir a ellos? Al entender lo que Dios nos dice acerca de la condición de los perdidos, ¡quedaremos convencidos de que ellos no pueden venir a nosotros!
Tres cosas concretas se nos declara acerca de ellos:
1. Que están cautivos (Luc. 4:18)
2. Que están ciegos (2ª Cor. 4:4)
3. Que están muertos (Ef. 2:1)
¡Resulta un trabajo harto difícil hacer mover a un preso o a un muerto; o querer hacer leer a un ciego! Nos damos cuenta de que la mayor parte de nuestro esfuerzo fue encausada erróneamente. Comprendemos ahora el porqué de nuestro minúsculo fruto. Evidentemente hemos tergiversado el mandato: ¡hemos malentendido la base misma del evangelismo! Ya en el primer paso nos hallamos en grave falta y perdimos el sentido de dirección. El insignificante fruto de nuestra labor ha sido producto de la excepción y no de la regla. Ha sido como pescar con la mano y no con anzuelo y carnada. O como quien echa el anzuelo en la fuente de la plaza y no en el mar.
“Asistan a nuestro culto”… “Vengan a la reunión”… “Asistan a nuestra campaña especial”…
“vengan a escuchar a nuestro cantor”… “a nuestro coro”… “al conjunto tal o cual o a tal o cual
predicador”… son las clásicas y gastadas frases que hemos arrojado a los oídos de las gentes, ¡SIN PENSAR QUE ELLOS NO PUEDEN VENIR Y QUE EL SEÑOR TAMPOCO NOS HA DICHO QUE LES OBLIGUEMOS A VENIR A NOSOTROS!
“vengan a escuchar a nuestro cantor”… “a nuestro coro”… “al conjunto tal o cual o a tal o cual
predicador”… son las clásicas y gastadas frases que hemos arrojado a los oídos de las gentes, ¡SIN PENSAR QUE ELLOS NO PUEDEN VENIR Y QUE EL SEÑOR TAMPOCO NOS HA DICHO QUE LES OBLIGUEMOS A VENIR A NOSOTROS!
La consigna es otra, el mandato es otro; el plan de Dios no guarda relación alguna con el nuestro. Admitámoslo y aprendamos la sencilla regla:
¡El que está libre, va hacia el cautivo para librarle!
¡El que recobró la vista, va hacia el ciego para abrirle los ojos!
¡El que resucitó, va hacia el muerto para resucitarlo!
Si colocamos las tres cosas en sentido inverso nos encontraremos ante una situación ilógica e imposible. Pero nosotros hemos pretendido hacer eso: lo ilógico, lo imposible. Estamos durmiendo; soñolientos seguimos a la multitud, a las voces, a la costumbre… ¡no estamos oyendo al Señor! Sin embargo hay señales, en todo el mundo, de que el ruido de la “maquinaria evangelística” está menguando y el oído del pueblo de Dios comienza a percibir nuevamente el clamor de su Maestro diciendo: “ID” y “OS HE PUESTO PARA QUE VAYAIS…” (San Juan 15:16).
Pero el Señor no solo nos ha dicho que debemos ir, sino que nos ha dejado el más claro ejemplo de ello: sus pies se movieron incansablemente. Él llegaba al lugar mismo donde se hallaba el pecador; era allí, frente a frente, cara a cara que pronunciaba su mensaje: “Venid a mí…” El Señor predicaba en las calles, en las plazas y en todo lugar público; de esta manera el evangelio llegaba al oído de los pecadores en el mismo lugar donde éstos se hallaban.
Los apóstoles y discípulos del primer siglo imitaron al maestro y desde el mismo día de Pentecostés el mensaje salió del aposento alto y comenzó a saturar los lugares públicos. El templo (en día sábado, día de aglomeración), las calles, el pórtico de Salomón y los caminos constituían el común escenario de las predicaciones. Ellos enfrentaban a individuos, grupos y multitudes en el mismo lugar donde ellos, por voluntad propia, se hubieran reunido. En ninguna ocasión les vemos gastar tiempo, energías o dinero para procurar atraer a las gentes a algún lugar elegido por la iglesia; esperaban que esto ocurriera después cuando ya fuesen salvados. Excepcionalmente podremos esperar que algunos asistan a nuestras reuniones,
¡PERO NUNCA ESTO PODRÁ SERVIR COMO BASE PARA LA EVANGELIZACIÓN, SI DESEAMOS LA APROBACIÓN DEL SEÑOR!
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