LA ADORACIÓN Y DIMENSIÓN DEL ESPÍRITU 3° Parte.


Por Jorge Himitian.

En 1964, yo tenía 23 años de edad, y estaba muy activo en la obra, pero tenía una gran sed
espiritual, buscaba casi desesperadamente ser lleno del Espíritu Santo. Mi búsqueda duró 18
largos meses. Y una noche, frustrado y queriendo dejar todo, orando con lágrimas en mi
cuarto, Dios me habló. Me dijo -como quien le sopla un secreto a un amigo al oído- : “Es un
don”. Yo había equivocado el camino, pues estaba buscando el premio del Espíritu Santo,
que como resultado de mi auto-santificación llegaría el día en que Dios me premiaría con la
llenura del Espíritu. ¡Qué revelación fue cuando Dios me dijo: “Es un don”! Estaba de
rodillas orando al borde de mi cama, y me invadió tanta paz que me quedé dormido. A la
mañana siguiente al despertar, le dije: Señor, si es un don (un regalo), ahora mismo lo voy a
recibir. Y allí en mi cuarto aquella fría mañana de Julio 1963, el Señor me llenó con su
Espíritu Santo.

Y así, aquí y allá, de diferentes modos y circunstancias, otros hermanos y pastores iban
siendo llenos del Espíritu. Keith Bentson y su esposa, Alberto Darling, Iván Baker, Augusto
Ericsson, Jorge Pradas, y muchos otros. Al principio la mayoría eran de los hermanos libres;
y luego se extendió a pastores y hermanos de todas las denominaciones. Y alabábamos a Dios en nuevas lenguas. A pesar de haber tenido la mayoría de nosotros una fuerte formación anti-pentecostal.

Yo solía leer la Biblia de corrido en mis devociones personales, y recuerdo que en esos días
estaba leyendo los profetas menores. ¡Uf, los profetas menores… qué aburrido! Estaba
deseando llegar cuanto antes al N.T. Pero cuando recibí la unción del Espíritu, ¡los profetas
menores se transformaron para mí en el Nuevo Testamento! 

La palabra cobró vida. Dios me hablaba. ¡Cómo se transformó mi tiempo de oración! 

Allí comprendí que para orar no era necesario cerrar los ojos. Aprendí a orar con los ojos abiertos y con la Biblia abierta. Orar la palabra, proclamarla, alabar con la palabra. Y así comencé a recibir revelación sobre la palabra. Se encendían las luces. Todo era nuevo. Era tal el gozo que después de un par de semanas comencé a hablar en nuevas lenguas, sin saber que eso era hablar en lenguas. 

No lo supe por meses. Desde mi interior brotaban alabanzas a Dios que sobrepasaban mi
entendimiento y toda expresión conocida. Era un río. La comunión con Dios se volvió algo
apasionante.

Comentarios

ESCRITOS RECOMENDADOS.

LA RESTAURACIÓN DE LA CONCIENCIA.