ENTRE DIOS Y EL DISCÍPULO: UN INTERCESOR.


Por Oscar Marcellino.

Siendo estudiante del seminario, me tocó predicar en una práctica de la clase de homilética. Esta iba a ser examinada por el profesor y los alumnos, quienes no sólo escucharían sino también criticarían la exposición en base a lo estudiado durante el año. Esto me produjo gran tensión y nerviosismo ya que, por un lado no quería fracasar y, por el otro, sentía rechazo a la idea de predicar la palabra en esas condiciones.

Comencé la preparación bosquejando algunas técnicas de oratoria cristiana, confiando en mis propias capacidades y en lo que me habían enseñado. Al terminar el bosquejo comprendí que era frío, vacío, intrascendente, un esfuerzo humano sin contenido, que no agradaba al Señor.

Fue entonces que el Espíritu Santo comenzó a trabajar en mí, revelándome que no podía hacer nada sin su apoyo. Debía echar mano de su gracia, y sólo tenía acceso a ella mediante la oración.

Con ruegos y súplicas clamé al Señor, y él me mostró a cada uno de mis compañeros como almas sedientas del poder de Dios, dándome la palabra justa que necesitaban. Me quebranté por largo rato esperando que en medio de aquel desierto de teorías surgiera el río de Dios, abundante en agua fresca.

Llegó la hora de la clase. El profesor estaba en su asiento; los alumnos esperaban apáticos el comienzo………pero algo era diferente. Yo había cambiado, gracias a la oración, y ahora tenía un mensaje de Dios.

El Espíritu Santo llenó el lugar; el hielo se derritió; comenzaron a quebrantarse y llorar. Uno a uno eran tocados por el poder de Dios, y muchos caían de rodillas. Hubo arrepentimiento, confesiones, situaciones ocultas salieron a la luz, y varios fueron llenos del Espíritu Santo.

Ahora, con el paso de los años, puedo dar testimonio del valor de aquella oración, ya que varios de los alumnos se convirtieron en mis primeros discípulos.

EL TRABAJO SACERDOTAL.

Para llevar a cabo la responsabilidad que el Señor nos ha asignado en la Gran Comisión de “hacer discípulos a todas las naciones”, necesitamos contar con instrumentos poderosos y eficaces. Afortunadamente, Dios nos ha dado dos herramientas adecuadas: la palabra de Dios y la oración. En esta nota quiero referirme al segundo de estos: la oración sacerdotal.

No somos simplemente pedagogos que comunican enseñanzas a nivel intelectual. Más bien somos sacerdotes intercesores entre Dios y los hombres, administradores de su gracia divina (ver 1 Corintios 4: 1; 1 Pedro 4: 10). No sólo enseñamos la verdad; ejercemos, además, el poder y la autoridad de Dios, los cuales encauzamos por medio de la oración. Esto implica una responsabilidad doble; en relación a los hermanos debemos comunicar todo el consejo de Dios, mientras que intercedamos en oración y súplica ante el Señor a favor de su pueblo.

Es justo reconocer que algunos hemos encarado el discipulado asumiendo con mayor énfasis el rol de maestros, mientras que descuidamos el trabajo sacerdotal entre el pueblo de Dios. Si nuestro esfuerzo no está saturado de una atmósfera de oración, tendemos a realizar la obra confiando en nuestros propios recursos, y no en dependencia del Señor. De esa manera, el ministerio estará fuertemente impregnado de nuestra propia persona y no de la de Cristo.

Será necesario el fracaso para comprender que la tarea es superior a la fuerza de que disponemos. Solamente la presencia de Dios garantiza el éxito. Con espíritu humilde admitamos nuestra debilidad y descuido de la oración, y dispongámonos a continuar en plena dependencia del Señor.

Con el corazón dispuesto y con una entrega sincera al Señor, consideremos a continuación algunos elementos que nos ayudarán a cumplir debidamente este cometido.

OREMOS CON AMOR.

La oración por los discípulos no es un mero rito; es una expresión de profundo amor. La calidad del sacerdote se refleja en su capacidad de amar a Dios y a los hombres.

Un ejemplo de esta actitud amorosa que nos incentiva a interceder es Moisés. Cuando el pueblo se corrompió tras el becerro de fundición y Dios quiso consumirlo, él ejerció su sacerdocio intercediendo para lograr el perdón (Éxodo 32: 7-35). Se identificó  con los que habían provocado el desagrado divino, y por amor a su pueblo estaba dispuesto a ser sacrificado. Con ello esperaba que Dios fuese engrandecido y que el pueblo hallara gracia y perdón delante del Señor.

Tal ejemplo nos muestra que debemos ser un puente entre Dios y el discípulo, identificándonos, como Moisés, con el pueblo, y ofreciéndonos a Dios en su lugar, a fin de que se manifieste en su vida su perdón y gracia. Lo que más busca el Señor en nuestra oración intercesora es esa nota de amor y disposición al sacrificio.

ORACIONES ESPECÍFICAS.

El apóstol Pablo nos deja un ejemplo hermoso de otra faceta importante de la oración por los discípulos. Aparece este elemento en varias de sus epístolas:

Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones. Romanos 1: 9

No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones. Efesios 1: 16

Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones. 1 Tesalonicenses 1: 2

Hacer memoria en la oración es más que nombrar a las personas en una larga lista, como si la sola mención del nombre invocara la bendición. Es, más bien, presentar al discípulo delante de Dios con una visión precisa de su condición y sus necesidades, en forma integral. Al hacer esto, el Espíritu Santo nos puede revelar aspectos que sólo se disciernen espiritualmente y que nos capacitarán para servir mejor a los hermanos.

Vale decir, que debemos ser específicos en nuestras súplicas; las generalizaciones dejan un cuadro demasiado difuso. Todo discípulo es tan importante que merece que nos detengamos en él a solas con el Señor. Luego, con la visión y la sabiduría de Dios podemos intervenir exitosamente a su favor. Debemos también suplicar ante el trono de Dios por las circunstancias que rodean la vida de cada uno y que condicionan su proceder o su futuro.

Quizás no podemos hacer memoria de todos los discípulos cada día; pero el Espíritu Santo nos dará una carga particular sobre algunos cada vez que intercedemos. Es allí donde debemos detenernos.

INSISTENCIA Y PERSEVERANCIA.

¡Cuán importante es perseverar en la oración a favor de los hermanos! Es un requisito indispensable de la oración eficaz. El apóstol Pablo lo expresa de la siguiente manera:

Siempre orando por vosotros…..Colosenses 1: 13

Acordándonos sin cesar delante de Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe….1 Tesalonicenses 1: 3

Orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro, y completemos lo que falte a vuestra fe. 1 Tesalonicenses 3: 10

……sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día. 2 Timoteo 1: 3

Es obvio que esta clase de oración requiere tiempo. Dios exige de nosotros dedicación y persistencia en esta tarea. Para ser fieles en esto, probablemente tendremos que hacer ajustes en la administración del tiempo, a fin de afianzar y acrecentar nuestra vida de oración. De todas maneras, este desafío implica un alto costo, sacrificio y renunciamiento personal.

HUMILDAD Y QUEBRANTAMIENTO.

Orar con gran insistencia significa, además, hacerlo con ruegos y súplicas: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6: 18). Es el camino que ya marcó el Señor Jesús en su ministerio terrenal: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Hebreos 5: 7).

Jesús es el ejemplo de la actitud y la postura con que debemos venir ante el trono de Dios; nos acercamos a él humillados y quebrantados, conscientes de nuestra propia necesidad y de la de los hermanos. Sabiendo que ningún recurso humano a su favor es válido, nos presentamos con lágrimas, clamando al Dios de toda gracia por la manifestación de su amor y misericordia.

De esta manera participamos en los sacrificios y sufrimientos de Cristo por la iglesia. Este género de oración establece un vínculo cada vez más fuerte entre el Señor y nosotros, porque al mismo tiempo que la gracia divina opera en los discípulos, nosotros vamos conociendo más íntimamente a Cristo.

Ahora bien, ¿para qué cosa debemos orar específicamente? ¿Cuáles son las necesidades de los discípulos?

SABIDURIA Y REVELACION.

Con su ejemplo Pablo nos enseña que debemos orar para que Dios dé a los discípulos “espíritu de sabiduría y de revelación” en el conocimiento de Cristo (Efesios 1: 17). Para ser edificados, los hermanos necesitan iluminación espiritual. Por eso, intercedemos a fin de que Dios alumbre los ojos del entendimiento de cada uno de ellos.

Por más que intentemos comunicar la palabra con esmero, no será asimilada si el Espíritu Santo no se la revela. Antes de ministrar una verdad a un discípulo, hay que clamar al Señor un buen tiempo en oración para que su mente, corazón y espíritu sean dóciles y perceptivos. En la tarea de formar vidas a la imagen de Cristo, debemos emplear tanto tiempo en oración como el que utilizamos en ministrar la palabra. De esta manera honramos al Espíritu Santo en su sublime oficio de enseñarnos en el camino de Dios.

Hemos visto que Pablo oró para que los discípulos conocieran a Dios. Cada hijo de Dios tiene que llegar a conocer personalmente a su Padre. No se trata de contarles a los hermanos cómo es el Señor, sino de ayudar a que tengan un encuentro personal e íntimo con él. Se hace necesario interceder para que Dios les revele su persona y que “Cristo habite por la fe en los corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, sean plenamente capaces de comprender….y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3: 14-19).

Asimismo, debemos orar para que cada discípulo pueda cumplir con los mandamientos claros que configuran la voluntad de Dios para todos sus hijos. Además, necesitan conocer la voluntad particular de Dios para su vida, para sus decisiones, para sus problemas, etc. Dios tiene un propósito y una función específica para cada vida dentro de la iglesia. Nuestra intercesión y orientación va dirigida a que cada uno acceda a esa voluntad, para poder cumplirla y agradar a su Señor.

De la misma manera, cada hermano debe conocer “cuál es la esperanza a que ha sido llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con los que creen” (Efesios 1: 18, 19). La esperanza en Cristo le animará en la prueba; la conciencia de su herencia le servirá como estímulo; y el conocimiento del poder de Dios le permitirá enfrentar al enemigo y hacer proezas en el nombre de Cristo.

UNA VIDA SANTA.

La voluntad de Dios es que cada uno de sus hijos sea santo como él es santo (1 Pedro 1: 16). La conciencia de esta voluntad llevó al Señor Jesús a pedir la santificación de los apóstoles, en su gran oración sacerdotal (Juan 17: 14-19). Se ve también en las oraciones de Pablo una constante preocupación con este tema. La tarea de purificación es obra del Espíritu Santo y podemos colaborar en la misma teniendo presente varias medidas prácticas que menciono a continuación:

Como sacerdotes es nuestra obligación reconocer y clamar delante de Dios por el pecado en la vida de los discípulos, tal como nos ilustran Moisés, Daniel, Nehemías y los rituales del sacerdocio levítico. Nuestra intercesión en este sentido sirve para poner en evidencia situaciones oscuras en la vida de los hermanos, y demostrará nuestro rechazo terminante de todo lo que puede ofender a Dios.

A veces es necesario romper ataduras espirituales por medio de la oración. Cuando viene el caso debemos hacerlo con valor y con la autoridad que tenemos en Cristo y con el poder que él nos concede como sacerdotes entre su pueblo (Mateo 18: 18). Esta clase de oración es especialmente necesaria para destruir fortalezas interiores, cicatrices del alma y opresiones diabólicas. Dios nos ha dado su poder para que atemos al hombre fuerte. Destruyamos las fortalezas del enemigo y liberemos a los oprimidos por el diablo. Una vez libres podrán alcanzar la santidad.

Cristo oró para que Dios guardara a los discípulos del mal (Juan 17: 15). Esta petición se hace necesaria para cubrir a los hermanos de los ataques del diablo, y ayudarles en sus propias debilidades. Jesús no solo intercedió por esto en la ocasión referida; aprendemos de Lucas 22: 31, 32 que siempre velaba en oración por sus discípulos. Cuando satanás pide a Pedro para “zarandearlo como a trigo”, Jesús se antepone a la prueba, rogando para que su fe no le falte. Los ataques del enemigo contra la vida de los hermanos son inevitables; es nuestra responsabilidad rogar para que puedan levantar el escudo de la fe, y que apague los dardos de fuego del maligno.

Pidamos, también, que todos permanezcan llenos del Espíritu Santo y vivan guiados por él. Cubramos sus vidas de tal manera que el ministerio del Espíritu pueda desarrollarse sin obstáculos y no sea contristado ni apagado, especialmente en tiempos de disciplina y de prueba. De esta manera estaremos ayudando a que los discípulos anden como es digno del Señor, y el nombre de Cristo sea glorificado en ellos (2 Tesalonicenses 1: 12).

PODER, UNIDAD, FRUTO.

Sin el poder de Dios no hay vida cristiana posible. El objetivo de nuestra oración es que los hermanos experimenten que “Dios es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3: 20). Pidamos, especialmente, que opere en los hermanos el espíritu de poder y de dominio propio (2 Timoteo 1: 7); que sean fortalecidos con todo poder (Efesios 3: 16); y que el Señor cumpla toda obra de fe y propósito de bondad con el poder de Dios (2 Tesalonicenses 1: 11).

Dado que la unidad de la iglesia es la voluntad de Dios y un elemento indispensable para el crecimiento sano de la obra, debemos rogar a su favor. En la práctica, cada siervo de Dios debe velar por los hermanos que están bajo su responsabilidad; esto cultivará el amor fraternal y se opondrá a la estrategia diabólica de dividir para reinar. La importancia de este asunto se pone de manifiesto por el énfasis decidido que Jesús le acuerda en su oración sacerdotal de Juan 17. El apóstol Pablo lo expresa sencillamente pidiéndole al Señor que haga abundar más y más el amor entre los hermanos.

Finalmente, sabemos que el crecimiento de la obra se da en la proporción a la cantidad de obreros ocupados. De ahí que un objetivo primordial debe ser la formación de nuevos obreros, junto con el crecimiento y la edificación de los actuales. Podemos colaborar en este logro intercediendo para que nuestros discípulos lleven fruto en el Señor. En un paso más concreto, roguemos para que sean enviados como obreros a la mies (Mateo 9: 38), y que Dios los haga partícipes de su llamamiento llevando fruto en toda buena obra.

Es evidente, entonces, que nuestra intercesión por los discípulos es uno de los aspectos más importantes y dinámicos de nuestro ministerio. No pequemos contra Dios, por lo tanto, descuidando este secreto vital y poderoso. De él depende, en buena medida, la edificación de los hermanos, la consolidación de la obra, y la extensión del reino de Dios.

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